La cultura de la corrupción como “modus operandi”
El norteamericano Jay S. Cohen es doctor en Medicina y no es precisamente
de los que son muy condescendientes con la situación actual de ese “pacto de
caballeros” que existe entre médicos y empresas farmacéuticas. En dos
interesantísimos artículos titulados: Cultura de la corrupción en la profesión
médica deja bien a las claras que las cosas, en la llamada medicina oficial,
están alcanzando unos derroteros que rozan (o sobrepasan) la prostitución de la
profesión médica.
Los conflictos de intereses de los galenos con la farmafia son moneda de
curso común, mientras que esa industria intenta influir en los médicos a través
de la promoción de sus drogas legales que son a veces útiles (pocas) e
inservibles y iatrogénicas (en una buena parte). El doctor Cohen lo
refleja en la primera parte de su
artículo Decenas de miles de representantes de ventas aparecen en los
consultorios médicos todos los días. Los pacientes en las salas de espera a
menudo son superados en número
por los representantes de
la industria del
medicamento (por lo general mujeres
jóvenes y atractivas); aquí, lo
único “atractivo” son
unos buitres gordos encorbatados, apostados con sus
maletines al acecho. Sobre este asunto Cohen apunta un dato de relevancia. Y es
que, según el galeno norteamericano, los estudios han demostrado que la
influencia de las compañías farmacéuticas sobre los médicos suelen dar lugar a
decisiones irracionales y tienen un impacto negativo en el tratamiento de los
pacientes.
Con ser ese un aspecto importante del entramado médico-farmacéutico quizás la
parte más decisiva de este
fraude y corrupción
generada por la
industria de las
drogas legales y las
complicidades del establishment médico sea que, según Cohen, ellos (las
corporaciones) no sólo ofrecen regalos,
cenas y seminarios,
sino que seleccionan
cuidadosamente los estudios que
apoyan el uso de sus medicamentos. El objetivo general es el control de la
información que reciben los médicos acerca de los fármacos. Los estudios con
resultados desfavorables no se publican. Es decir, los representantes de la
industria farmacéutica no incluyen estudios independientes donde existan
conclusiones menos favorables.
Marcia Angell, ex editora en jefe del New England Journal of Medicine,
quien ya denunció, en su momento, la poca credibilidad de las investigaciones
sobre ensayos clínicos, se hace eco de esta cuestión reflexionando acerca de
esa telaraña de intereses creados mutuamente entre médicos y la mafia de las
drogas legales: algunas instituciones académicas, dice Angell, han entrado en alianzas con
las compañías farmacéuticas para
establecer centros de
investigación y programas
de enseñanza en
el que los
estudiantes y miembros
de las facultades
de Medicina llevan a cabo, esencialmente, investigación para la
industria farmacéutica.
Cuando los límites entre esta industria y la medicina académica se ha
vuelto tan difusa, como lo son actualmente, los objetivos de negocio de las
multinacionales del medicamento influyen de múltiples maneras en esas
Facultades de medicina. Entonces ¿qué se puede esperar de la gran mayoría de
los médicos si éstos tienen vínculos financieros con la industria farmacéutica
la cual marca las directrices, recomendaciones y prescripción de medicamentos
que incluso pueden dejar graves secuelas físicas y psíquicas, como así ha sucedido?
Pamela Hartzband y Jerome Groopman afirman en el New York Times que los
médicos son recompensados (por la Farmafia)
por mantener el colesterol de sus pacientes y la presión arterial por
debajo de ciertos niveles objetivo. Jay S. Cohen habla en el mismo sentido que
sus colegas anteriores. Los métodos de prescripción de los médicos están muy
influenciados por los incentivos de las compañías farmacéuticas.
Pero ¿Esto no sería, además de corrupción, un delito contra la salud
pública? ¿Qué grado de complicidad y encubrimiento tienen las agencias nacionales
gubernamentales de salud de los países, sobre todo desarrollados? ¿Tienen
algunos la desvergüenza de hablar en contra de
la homeopatía y silenciar esta campaña de iatrogenia masiva? Cohen
remarca el hecho de que durante años, muchos de nosotros (los médicos) nos hemos
opuesto a las compañías farmacéuticas que ofrecen regalos, cenas caras, viajes,
vacaciones, entradas para espectáculos en Broadway, eventos deportivos, campos
de golf y otros regalos. Hoy en día, los representantes de las compañías
farmacéuticas frecuentan los pasillos de muchas Facultades de Medicina,
ofreciendo regalos, almuerzos y seminarios gratuitos.
La Asociación Médica
Americana (la AMA)
y otras organizaciones están
de acuerdo en “limitar” estas prácticas y han establecido directrices
voluntarias (SIC) que por desgracia, estas directrices no han funcionado nunca.
No han funcionado y, señalo yo, no funcionarán nunca porque la cultura de la
salud hoy día es la cultura de la
corrupción
médico-farmacéutica gracias, entre
otras organizaciones, a la AMA estadounidense, quien tolera
y promueve la
ciencia de la corrupción
(como antes ejerció
el gangsterismo contra investigadores como Royal
Raymond Rife).
Y lo refiere
además, acertadamente, Sydney Wolfe, de Public Citizen: Las directrices
voluntarias de la AMA no son nada más
que una campaña de relaciones públicas apenas disimulada. No confío en la industria farmacéutica o
en la AMA
para practicar lo
que predican porque
ya llevan articulando
directrices similares durante 11 años y solamente en el último par de años hemos
encontrado un gran número de violaciones de esas normas. Este chalaneo,
consentido desde los gobiernos en su calidad de gestores de la salud pública de
los ciudadanos, les convierte en delincuentes de Estado al servicio de unas
transnacionales que actúan del mismo modo que la mafia.
Cohen insiste en la cultura de la corrupción médica: La presencia de la
industria de las drogas legales en algunas conferencias médicas es tan
penetrante que a veces es difícil saber si se trata de conferencias médicas o
de convenios sobre publicidad farmacéutica. Cohen cita al Washington Post para
señalar el despiporre de este
festival de mangoneo clientelar montado conjuntamente por
gobiernos, médicos y la mafia del medicamento: En los días previos a la reunión
de la Asociación Americana de Psiquiatría, en Filadelfia [2002], las compañías farmacéuticas enviaron por
correo a los asistentes cientos de tarjetas telefónicas gratuitas, así como
invitaciones a museos, conciertos de jazz y cenas de lujo. Le faltó decir,
también, visitas guiadas a los mejores burdeles de lujo de la ciudad con su
inexcusable pack de condones de colores (con la bandera americana, faltaría
más).
Pero no hace falta ir tan lejos. Aquí, en España, las sociedades médicas
también se “pegan la vida padre” en los congresos que organizan bajo el
“mecenazgo” de la farmafia.
Un ejemplo.
El reciente congreso (junio de este año) de la SEPAR (Sociedad española de
Neumología y cirugía torácica) se celebró en la isla de Tenerife y los
asistentes se hospedaron en un lujoso hotel (el Baobab) que llaman “resort”
(una forma hortera y anglofilizada de neocolonizar el lenguaje español, que
significa que está ubicado en un entorno privilegiado, con “extras” como el
spa, campo de golf, etc.).
En el Palacio de Congresos donde se desarrollaban las actividades de los médicos
(conferencias, charlas, debates), se podían ver, de forma preeminente, casi
diría que omnipotente, los “stands” de farmacéuticas como Roche, Boehringer o
Astra Zeneca. Eso sí, novedades médicas para “intentar curar” (es un decir)
enfermedades crónicas o letales, propias de la especialidad (asma, fibrosis
pulmonar, EPOC, cáncer de pulmón, etc), ninguna que no fuese la habitual y
farragosa monserga dialéctica
médica, tecnicista, ambigua,
amalgamada de “prometedoras
promesas” con la que embaucar a los enfermos,
todo ello bajo el patronazgo de una industria del medicamento a la que,
sobradamente, lo único que le interesa es expandir el negocio de enfermar y,
también, a veces, matar.
La estrategia de la farmafia es, pues, la compra de voluntades y que el
enfoque médico esté orientado a la
iatrogenia de sus
fármacos, a cualquier
precio, prescindiendo de
una visión nutracéutica de la salud
que proporcione métodos más curativos y menos agresivos que los de las drogas
legales de Big Pharma. Pero no sólo la medicina oficial representada por los
galenos es la mina que explota en exclusiva ese lobby mafioso.
También las asociaciones de pacientes están en su objetivo, utilizando el
siempre sutil chantaje emocional sobre el enfermo. Así lo señala en su artículo
Cohen: las compañías farmacéuticas están invirtiendo millones de dólares en
grupos de defensa de pacientes y organizaciones médicas para ayudar a expandir
los mercados para sus productos.
Muchos grupos de
pacientes se han
convertido en gran
parte o totalmente dependientes del dinero de la
industria farmacéutica,
En definitiva, no sería descabellado, poniendo punto final a esta larga
crítica de Jay S. Cohen, sobre
este sistema de
extorsión planificada y
consentida, que las
grandes corporaciones farmacéuticas
fuesen (quiméricamente) llevadas ante un tribunal penal internacional
independiente (porque el de ahora es una pantomima compuesta por verdugos que
sirven de instrumento a los crímenes de EEUU e Israel) para que fuesen
enjuiciadas, entre otros muchos delitos, por impedir de forma deliberada el
fomento e investigación de alternativas naturales para la salud.
Tomado de
https://e1-mg5.mail.yahoo.com/neo/launch?.rand=bm9un6g3tc7vu#6780824428
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