sábado, 23 de enero de 2016

EL COMPLEJO MÉDICO-FARMACÉUTICO, DELICUENCIA ORGANIZADA CONTRA LA SALUD


La cultura de la corrupción como “modus operandi”

El norteamericano Jay S. Cohen es doctor en Medicina y no es precisamente de los que son muy condescendientes con la situación actual de ese “pacto de caballeros” que existe entre médicos y empresas farmacéuticas. En dos interesantísimos artículos titulados: Cultura de la corrupción en la profesión médica deja bien a las claras que las cosas, en la llamada medicina oficial, están alcanzando unos derroteros que rozan (o sobrepasan) la prostitución de la profesión médica.

Los conflictos de intereses de los galenos con la farmafia son moneda de curso común, mientras que esa industria intenta influir en los médicos a través de la promoción de sus drogas legales que son a veces útiles (pocas) e inservibles y iatrogénicas (en una buena parte). El doctor Cohen lo refleja  en la primera parte de su artículo Decenas de miles de representantes de ventas aparecen en los consultorios médicos todos los días. Los pacientes en las salas de espera a menudo son superados  en   número  por   los  representantes   de  la   industria  del  medicamento (por   lo general   mujeres   jóvenes   y   atractivas); aquí,   lo   único   “atractivo”   son   unos   buitres   gordos encorbatados, apostados con sus maletines al acecho. Sobre este asunto Cohen apunta un dato de relevancia. Y es que, según el galeno norteamericano, los estudios han demostrado que la influencia de las compañías farmacéuticas sobre los médicos suelen dar lugar a decisiones irracionales y tienen un impacto negativo en el tratamiento de los pacientes.

Con ser ese  un aspecto  importante del  entramado médico-farmacéutico quizás  la  parte más decisiva  de   este  fraude   y  corrupción   generada   por  la   industria  de   las  drogas   legales  y   las complicidades del establishment médico sea que, según Cohen, ellos (las corporaciones) no sólo   ofrecen   regalos,   cenas   y   seminarios,   sino   que   seleccionan   cuidadosamente   los estudios que apoyan el uso de sus medicamentos. El objetivo general es el control de la información que reciben los médicos acerca de los fármacos. Los estudios con resultados desfavorables no se publican. Es decir, los representantes de la industria farmacéutica no incluyen estudios independientes donde existan conclusiones menos favorables.

Marcia Angell, ex editora en jefe del New England Journal of Medicine, quien ya denunció, en su momento, la poca credibilidad de las investigaciones sobre ensayos clínicos, se hace eco de esta cuestión reflexionando acerca de esa telaraña de intereses creados mutuamente entre médicos y la mafia de las drogas legales: algunas instituciones académicas, dice Angell, han entrado en alianzas   con   las   compañías   farmacéuticas   para   establecer   centros   de   investigación   y programas de  enseñanza   en   el   que   los  estudiantes  y   miembros   de  las   facultades   de Medicina llevan a cabo, esencialmente, investigación para la industria farmacéutica.

Cuando los límites entre esta industria y la medicina académica se ha vuelto tan difusa, como lo son actualmente, los objetivos de negocio de las multinacionales del medicamento influyen de múltiples maneras en esas Facultades de medicina. Entonces ¿qué se puede esperar de la gran mayoría de los médicos si éstos tienen vínculos financieros con la industria farmacéutica la cual marca las directrices, recomendaciones y prescripción de medicamentos que incluso pueden dejar graves secuelas físicas y psíquicas, como así ha sucedido?

Pamela Hartzband y Jerome Groopman afirman en el New York Times que los médicos son recompensados (por la Farmafia)  por mantener el colesterol de sus pacientes y la presión arterial por debajo de ciertos niveles objetivo. Jay S. Cohen habla en el mismo sentido que sus colegas anteriores. Los métodos de prescripción de los médicos están muy influenciados por los incentivos de las compañías farmacéuticas.

Pero ¿Esto no sería, además de corrupción, un delito contra la salud pública? ¿Qué grado de complicidad y encubrimiento tienen las agencias nacionales gubernamentales de salud de los países, sobre todo desarrollados? ¿Tienen algunos la desvergüenza de hablar en contra de  la   homeopatía y silenciar  esta campaña de iatrogenia masiva? Cohen remarca el hecho de que durante años, muchos de nosotros (los médicos) nos hemos opuesto a las compañías farmacéuticas que ofrecen regalos, cenas caras, viajes, vacaciones, entradas para espectáculos en Broadway, eventos deportivos, campos de golf y otros regalos. Hoy en día, los representantes de las compañías farmacéuticas frecuentan los pasillos de muchas Facultades de Medicina, ofreciendo regalos, almuerzos y seminarios gratuitos. 

La   Asociación   Médica   Americana   (la   AMA)   y   otras   organizaciones   están   de acuerdo en “limitar” estas prácticas y han establecido directrices voluntarias (SIC) que por desgracia, estas directrices no han funcionado nunca. No han funcionado y, señalo yo, no funcionarán nunca porque la cultura de la salud hoy día es la cultura   de   la   corrupción   médico-farmacéutica   gracias,   entre   otras   organizaciones,   a   la   AMA estadounidense, quien  tolera  y  promueve  la   ciencia  de la  corrupción  (como  antes  ejerció  el gangsterismo   contra   investigadores   como Royal   Raymond   Rife).  

Y   lo   refiere   además, acertadamente, Sydney Wolfe, de Public Citizen: Las directrices voluntarias de la AMA no son  nada más que una campaña de relaciones públicas apenas disimulada. No confío en la industria   farmacéutica   o   en   la   AMA   para   practicar   lo   que   predican   porque   ya   llevan articulando directrices similares durante 11 años y solamente en el último par de años hemos encontrado un gran número de violaciones de esas normas. Este chalaneo, consentido desde los gobiernos en su calidad de gestores de la salud pública de los ciudadanos, les convierte en delincuentes de Estado al servicio de unas transnacionales que actúan del mismo modo que la mafia.

Cohen insiste en la cultura de la corrupción médica: La presencia de la industria de las drogas legales en algunas conferencias médicas es tan penetrante que a veces es difícil saber si se trata de conferencias médicas o de convenios sobre publicidad farmacéutica. Cohen cita al Washington Post  para  señalar  el despiporre de   este  festival de   mangoneo  clientelar montado conjuntamente por gobiernos, médicos y la mafia del medicamento: En los días previos a la reunión de  la Asociación Americana  de Psiquiatría, en Filadelfia [2002],  las compañías farmacéuticas enviaron por correo a los asistentes cientos de tarjetas telefónicas gratuitas, así como invitaciones a museos, conciertos de jazz y cenas de lujo. Le faltó decir, también, visitas guiadas a los mejores burdeles de lujo de la ciudad con su inexcusable pack de condones de colores (con la bandera americana, faltaría más).

Pero no hace falta ir tan lejos. Aquí, en España, las sociedades médicas también se “pegan la vida padre” en los congresos que organizan bajo el “mecenazgo” de la farmafia.

Un ejemplo.

El reciente congreso (junio de este año) de la SEPAR (Sociedad española de Neumología y cirugía torácica) se celebró en la isla de Tenerife y los asistentes se hospedaron en un lujoso hotel (el Baobab) que llaman “resort” (una forma hortera y anglofilizada de neocolonizar el lenguaje español, que significa que está ubicado en un entorno privilegiado, con “extras” como el spa, campo de golf, etc.).

En el Palacio de Congresos donde se desarrollaban las actividades de los médicos (conferencias, charlas, debates), se podían ver, de forma preeminente, casi diría que omnipotente, los “stands” de farmacéuticas como Roche, Boehringer o Astra Zeneca. Eso sí, novedades médicas para “intentar curar” (es un decir) enfermedades crónicas o letales, propias de la especialidad (asma, fibrosis pulmonar, EPOC, cáncer de pulmón, etc), ninguna que no fuese la   habitual   y   farragosa   monserga   dialéctica   médica,   tecnicista,   ambigua,   amalgamada   de “prometedoras promesas” con la que embaucar a los enfermos,  todo ello bajo el patronazgo de una industria del medicamento a la que, sobradamente, lo único que le interesa es expandir el negocio de enfermar y, también, a veces, matar.

La estrategia de la farmafia es, pues, la compra de voluntades y que el enfoque médico esté orientado   a   la   iatrogenia   de   sus  fármacos,   a   cualquier   precio,   prescindiendo   de   una   visión nutracéutica de la salud que proporcione métodos más curativos y menos agresivos que los de las drogas legales de Big Pharma. Pero no sólo la medicina oficial representada por los galenos es la mina que explota en exclusiva ese lobby mafioso.

También las asociaciones de pacientes están en su objetivo, utilizando el siempre sutil chantaje emocional sobre el enfermo. Así lo señala en su artículo Cohen: las compañías farmacéuticas están invirtiendo millones de dólares en grupos de defensa de pacientes y organizaciones médicas para ayudar a expandir los mercados para sus productos.   Muchos   grupos   de   pacientes   se   han   convertido   en   gran   parte   o   totalmente dependientes del dinero de la industria farmacéutica,

En definitiva, no sería descabellado, poniendo punto final a esta larga crítica de Jay S. Cohen, sobre   este   sistema   de   extorsión   planificada   y   consentida,   que   las   grandes   corporaciones farmacéuticas fuesen (quiméricamente) llevadas ante un tribunal penal internacional independiente (porque el de ahora es una pantomima compuesta por verdugos que sirven de instrumento a los crímenes de EEUU e Israel) para que fuesen enjuiciadas, entre otros muchos delitos, por impedir de forma deliberada el fomento e investigación de alternativas naturales para la salud.

Tomado de

https://e1-mg5.mail.yahoo.com/neo/launch?.rand=bm9un6g3tc7vu#6780824428